La relación entre el intestino y el cerebro es algo que se
está investigando en la actualidad, pero hemos sabido “desde siempre” que hay
una relación entre estas dos partes. ¿Habéis conocido a alguien que cuando está
de exámenes se le suelten las tripas? ¿Quizás has sentido alguna vez “mariposas
en el estómago”? ¿O has tenido “el estómago cerrado” antes de una entrevista?
Las personas que padecen síndrome del intestino irritable
tienden a tener digestiones pesadas, se sienten muy hinchados y son más susceptibles a padecer diarrea o
estreñimiento. Estas personas también tienden a padecer más ansiedad y
depresión que la media. Cuando el intestino está irritado, puede hacer nuestra
vida de lo más desagradable. Y puede ocasionar una micro-inflamación del intestino,
que tengamos mala flora intestinal o incluso intolerancias alimentarias.
Es muy
frustrante para estos pacientes ya que, al no haber pruebas, se les considera
hipocondríacos o exagerados. El estrés es uno de los desencadenantes más
conocidos y aceptados hasta el momento.
Una de las teorías sobre el funcionamiento del eje
cerebro-intestino bajo estrés es ésta: las circunstancias estresantes producen
un ambiente más propicio para el desarrollo de ciertas bacterias (bacterias que en períodos de estrés no están o están en menos
cantidad). Esto significa que, incluso cuando la situación estresante llega a
su fin, podríamos seguir sufriendo los efectos de este cambio en la flora
intestinal.
Quizás esto influirá a nivel cerebral la próxima vez que tengamos
que hablar en público, y nuestro cerebro recordará lo que le pasó al intestino
y lo mal que nos sentimos aquella vez. De hecho, un estudio hecho en dos
especies distintas de ratones, una más tímida y la otra más atrevida, demostró que
intercambiando la microbiota entre las cepas, su comportamiento también varió.
La cepa normalmente más tímida se volvió más atrevida y viceversa.
¿Puede regular
hasta cierto punto nuestro comportamiento nuestra microbiota?